29/7/10

Sobre las buenas intenciones

Cuando teníamos unos cinco o seis años, mi mejor amiga –Conchi- y yo caímos enamoradas de un diminuto terreno –a nosotras entonces nos parecía inmenso- cerca de nuestras casas. Era un pequeño jardín rodeado por sauces llorones que había detrás de la estación de trenes, donde luchaban por salir de entre las malas hierbas rosas de varios colores.

Nuestro interés por el enigmático lugar se incrementó cuando mi abuela me contó que hacía muchos, muchísimos años, la de Lugones había sido nombrada la estación más bonita de Asturias. No nos lo podíamos creer, esa casita pintada de un amarillo ya descolorido, llena de desconchones y grafitis a la que casi nadie osaba a entrar, había sido la estación más bonita de toda la región. Tomamos una determinación: empezaríamos por lo que estaba en nuestras manos, el jardín. Cada una se armaría de unas tijeras y segaríamos todo el prado hasta que volviera a parecerse a lo que alguna vez fue.

Obviamente la desesperación nos invadió tras una fatigosa e infructuosa tarde de trabajo con nuestras tijeritas escolares y la estación y su jardín no hicieron más que deteriorarse año tras año hasta que la tiraron abajo y construyeron un moderno y anodino edificio para sustituirla y sepultaron el jardín bajo una gruesa capa de asfalto.

1 comentario:

  1. Obviando el final, el cual es tremendamente triste; se me enjuaga la boca leyéndote e imaginando ese delicioso jardín.

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