13/12/09

Sobre estaciones que huelen a hogar (V)






Nuevas generaciones bielorrusas (II)


Sobre héroes

Érase una ciudad donde las niñas eran felices


Érase una ciudad donde los niños eran felices

Un momento Lada


Vida de barrio (II)


Sobre playas artificiales

12/12/09

Sobre estaciones que huelen a hogar (IV)




Hacía tres semanas que no dormía un tren. No supe cuanto lo añoraba hasta que no vi desde el andén los colchones enrollados sobre las literas, los cristales empañados de los vagones… hasta que no olí a madera quemada… hasta que no sentí el calor de la calefacción sobre la piel… hasta que no me sentí, una vez más, como si llegara a casa.

6/12/09

Lugares propicios para el amor

Sobre puzles gigantes


Desde que pisé por primera vez el Este de Europa me he sentido fascinada por estos edificios, grises (casi siempre), uniformes, monstruosos (dicen algunos), de líneas puras. He pasado largas horas contemplándolos, paseando entre ellos , fotografiándolos, observando a la gente que vive allí. También viviendo en ellos, otras veces simplemente de visita. Se puede decir que después de más de dos años ya los conozco a fondo, por dentro y por fuera.


Cada vez que los miro y pienso cómo en tan poco tiempo sus decenas de piezas prefabricadas fueron ensambladas como un enorme puzle (cuyas heridas todavía nadie se ha molestado en ocultar) creando hogares para millones de habitantes de un país (ahora países) devastado, no puedo dejar de estremecerme y pensar que la belleza no siempre se debería de regir por criterios estéticos, sino también de utilidad.

Una ciudad para el desencuentro


La madre


Una madre y un hijo discuten mientras esperan al autobús que les lleve a su pueblo. Más que discutir, el hijo sobrelleva como puede las constantes reprimendas de la madre. Cuando se cansa de hablar se sube el cuello del jersey y se hace el dormido. Está completamente borracho.

El rostro de la madre, sus pronunciadas arrugas, sus ojos como cuchillos, su cuerpo enjuto, hablan de una vida dura, de largos años soportando a un hijo alcohólico, probablemente también a un marido así. De toda una vida contemplando la locura desde la cordura.
La madre suspira y me mira como pidiéndome disculpas o quizás solicitando desesperadamente un ápice de comprensión, aunque sea por una desconocida. Ya no puede más.

Mientras observo la escena no puedo dejar de pensar en los relatos de Gorki y me pregunto si las cosas realmente han cambiado tanto desde entonces.

Sobre naufragios y supervivientes



La mayoría de los carteles de los comercios en Bielorrusia son de una objetividad pasmosa. La gran mayoría rezan cosas tales como: “Muebles”,” Ropa”, “Alimentos”… ”Fotoestudio número 2”,” Tienda número 36”, “Farmacia número 136”. Nada más.

La tienda no es de Manolita (o de Liubmila en este caso), el Fotoestudio no es de Iván, la Farmacia no es de Yelena, por eso no llevan sus nombres, ni tan solo otros inventados por ellos por alguna cuestión personal o comercial. Nada es de nadie, todos son, de una forma u otra, empleados. El jefe, el estado.

No se trata únicamente de resquicios del pasado, realmente son náufragos, los últimos supervivientes del naufragio.

Sobre los ciudadanos que esperan ansiosos al borde de la carretera (II)

Sobre la metáfora de los caminos alternativos (III)