17/1/09

Amor fugaz



Cada vez que la taquillera y el maquinista se miraban toda la estación se impregnaba de un clima de tensión sexual prácticamente irrespirable. Y esto pasaba nada menos que nueve veces al día.

Las paradas del tren eran tan cortas que ni siquiera les daba tiempo a preguntarse sus respectivos nombres. Sin embargo, él lo sabía, ella lo sabía, todos sus compañeros lo sabían, incluso los pasajeros… se amaban ciegamente.

Así pasaron más de quince años, por eso hay que comprender que finalmente ella accediera a las proposiciones de matrimonio del jefe de estación, al fin y al cabo lo que todos más deseamos a una edad es tener cierta estabilidad en nuestra vida.

Poco después de que se celebrase la boda, el maquinista se despidió en su trabajo alegando la imposibilidad de hacer la parada correspondiente en la estación de aquella a la que tanto tiempo y con tanta intensidad había amado.

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