13/12/10

Cuando el agua salada atraviesa tabiques

A través de mi techo, de su suelo, puedo oir en contadas ocasiones a mis vecinos del piso de arriba, a los que jamás he visto. Mi casa, casi invariablemente llena de silencio, es testigo de una relación mínima en la que lo único que se oye, a parte de las voces que salen de una televisión permanentemente encendida, es alguna frase llena de desprecio que se dirigen el uno al otro.

Hace unos días, agua de origen desconocido se filtró desde mi casa al piso inferior, donde vive otra pareja mayor. Cada vez que bajo a su casa despierto a la mujer o alguien me dice que está durmiendo en la habitación por donde baja el agua. Cuando es ella quien me atiende, me recibe ataviada con una bata, con la puerta semiabierta, invariablemente desconfiada, recelosa. Ni tan solo es ya capaz de disimular su permanente estado de ánimo.

A pesar de que ayer vinieron unos técnicos, todavía se desconoce el origen de la fuga -que resultó ser de agua salada-. Yo todavía no he confesado, a pesar de que sé que la mujer de la bata empieza a sospechar algo, pues me he dado cuenta que su oido es aun más fino que el mío o los muros que nos separan aun más delgados que los que me separan de los vecinos de arriba.

1 comentario:

  1. Para dejar de estar triste, lo primero que hay que hacer es darse cuenta de que se está triste. Después, las lágrimas, poco a poco, vuelven a su cauce. Y a veces hasta desaparecen. Eso no conlleva necesariamente la felicidad, pero los vecinos de abajo dejan de preocuparse.

    ResponderEliminar