20/8/10

Casi un año después

Hace unos días, un pequeño suceso me hizo tener una revelación crucial: yo he de adaptarme al ritmo del mundo porque el mundo no se adaptará al mío. Parecerá una obviedad, pero no lo es tanto cuando te acostumbras a que el día comience cuando el sol abrasa la chapa de tu furgoneta y a que acabe en el mismo momento en que se oculta el sol, a no mirar el reloj para comer, sino a escuchar a tu estómago, a no mirarlo tampoco para dormir, sino a hacer caso a tus ojos cansados.
Por esto me llevé una bofetada en la boca (y tuve la revelación) cuando con toda la calma del mundo llegué al medio día al consulado bielorruso y me informaron de que acababan de cerrar hacía siete minutos, que por favor volviera en tres días.
Durante este año no sólo he aprendido a buscar sustitutos del reloj. También la eterna burocracia me ha hecho más paciente, la policía corrupta más descarada, el exceso de preguntas más mentirosa, el derroche de femineidad mal entendida más masculina de lo que le gustaría a mi madre, la omnipresencia del plástico un poco ecologista, las carencias más ingeniosa, la brusquedad más brusca, los largos silencios más locuaz, la soledad algo más sociable….

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