24/5/10

Harriet

Harriet es una gata peculiar, tiene un ojo notablemente más grande que otro (como yo) y no se deja tocar, ni tan solo por el hombre con el que convive desde más de hace diez años. Él explica su carácter arisco por haber pasado los primeros años de su vida en una granja, sin apenas contacto con gente.

Durante las dos semanas que he pasado aquí la he perseguido a menudo. Siempre que me la encuentro le hablo un poquito. Intento acercarme a ella, que coja confianza conmigo y darle un achuchón.

Hace unos días lo conseguí en un momento de debilidad, estaba demasiado adormilada como para rebelarse. Después de recibir mis caricias, no sin cierta desconfianza ni sin algún pequeño arañazo y mordisco, comenzó a restregarse por todas las esquinas, como si acabara de descubrir el maravilloso mundo de las caricias y quisiera más.

Dentro de sus limitaciones, cada día está más confiada conmigo. De vez en cuando incluso viene a mi cuarto y frota su cara contra el marco de la puerta como si añorara mi mano y no supiera cómo decírmelo. Cuando me acerco a ella, con sumo cuidado, huye despavorida, pero al cabo de un rato regresa y yo vuelvo a intentarlo muy sigilosamente, hasta que –sólo a veces- consigo tocarla. Su instinto y sus sentimientos parecen contradecirse constantemente.

Durante estos días, he descubierto una nueva similitud en los caracteres de gatos y personas. Parece ser que ambos necesitamos aprender a ser queridos, que no es algo innato, que incluso se puede llegar a olvidar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario